martes, 22 de noviembre de 2011

Confesión de una zorra emocional

Sus dedos, ya no le obedecían con la misma destreza, entre temblores se desprendió de sus ropas mojadas. La casa estaba oscura y la luz de los relámpagos hacían resplandecer las gotas que el agua formaba en el cristal, estaba tan cansada que se sentó en el sofá, con la cabeza entre las manos pero sin nada en que pensar. Aquel día tomó decisiones que la hicieron poderosa como aquella tormenta, nadie podía controlar lo que dentro de ella se había ido formando a lo largo de aquellos años de soledad.

El teléfono sonó dentro del bolso, pero prefirió ignorarlo. No sabía quien era, pero estaba segura de que se había acostado con él, sabía que llamarían a su puerta . Una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro al darse cuenta de que se había convertido en una zorra emocional, de las que abre la puerta tan rápido como la cierra, ponía reglas con las que solo ganar, su juego era injusto y sin embargo alguien quería jugar. El sonido del timbre acabó con la perfecta armonía en la que se encontraba, se subió a los tacones, armas de aguja manchadas de un dolor que le era totalmente ajeno.

En el umbral, apareció él, con la ropa empapada ajustada a su cuerpo, con la mirada fija en ella quiso decir algo, pero no le dejó, le besó hasta sentir su corazón dentro de ella, sentía que ya no le quería, que nunca le importó, que siempre lo utilizó, él la enseñó a hacer sufrir y ahora ella haría lo mismo con él. Sus cuerpos, estaban separados en el suelo y creaban sombras que se iluminaban a ráfagas por la tormenta que se iba alejando. Le dijo que la quería en un susurro casi inaudible, ella le dijo que también, el ruido de los tacones le guió hasta la puerta, él no lo sabía, pero jamás volvería a cruzarla. Le besó dulcemente y cerró sonriente la puerta, las emociones la inundaban y sabría que aquella noche no podría dormir, su vida no era tan fácil, pero tampoco tan difícil. Ella sabía que su fin justificaba todos los medios posibles, al menos por esta vez.

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