Cuando entré en nuestro bar, tus ojos veloces encontraron a
los míos, sentí un fuego incandescente que me consumía por dentro. En ese
momento, sonaba nuestra canción, te miro y sonríes, la picardía siempre se te
dio mejor que a mí, deseaba como a la mañana el roce de tus labios, el olor que
desprende el deslizar de tu pelo largo sobre mi cara, solía soñar si tu estabas
cerca que nunca te ibas.
Pero tu no me advertiste de que los sueños son como ese
alcohol que me sirves en tu bar, que siempre logra calmar mi sed de ti, conocía
tus mil secretos y aun así parecía que ocultabas mil más, caer en tus mentiras
fue tu reto y mi perdición, pero cada vez que cierro los ojos sigue sonando en
tu guitarra esa canción, perfecta nota a nota nos perteneció aquella madrugada,
alumbrada por la ventana de tus ojos, cálida por la llama que encendiste y que
no te acordaste de apagar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario