martes, 17 de mayo de 2011

Nunca me marchaba, miraba como te alejabas

En un momento, pueden pasar cosas que esperas, cosas que alguna vez has imaginado y cosas que no quieres esperar, pero que suceden. Llega un día en que contactas con la existencia en sí misma que envuelve todo.

Una mañana de verano soleada, ella caminó sobre sus pisadas, cada mes quedaban en aquel lugar lleno de tantos recuerdos y esperanza como de miedos. Pero de nada servía mirar atrás, algo la empujaba a mirar al horizonte, confiando en verle aparecer en el mismo instante en que alzaba la vista, deseándolo como nunca, hacía promesas al cielo con tal de verle una vez más. Nunca imaginó el futuro con él, le bastaba tenerle siempre presente.

El día caía con el sol, el atardecer dibujaba sombras alargadas a lo largo del camino, el viejo reloj que tanto había girado, se paró. Ya sólo quedaba su aliento que desbocado, rompía el murmullo de su soledad, el miedo no tardó en aparecer, pero la esperanza luchaba por recuperar sus vidas.

Cuando se hizo el gran silencio la valentía quiso acompañarla junto a aquellos latidos que dejaban de oírse, sus lágrimas ya no serían secadas nunca más por el verdadero amor, todo quedó reducido a las cenizas que el viento arrastraba. Sus piernas dejaron la quietud y sentada esperó viendo el adiós en un resplandor.

Con los años, volvería al mismo lugar con la certeza de que nada había terminado, la verdad era que ni el tiempo, ni el miedo le habían separado del que ahora era su ángel. Y allí, en el punto donde todo comenzó, sonrió al saber que en alguna parte de aquel camino se volverían a encontrar.

Para todos los que en el camino dejaron a alguien especial, y llenan ese vació irreemplazable con un impresionante valor, que el sólo amor por esa persona les hace sacar.

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